martes, septiembre 20, 2005

SE DE MI EN TU SUELO

Se de mi en tu suelo
de mi en tu vida de semilla
de mi en tu corona vestida
vive por mi tu penumbra diaria
tu gesto palidecente y oscuro
vive por mi tu muerte inagotable
muere por mi cada día desangrado

cada día somnoliento
cada día desterrado
espérame en el filo de cada puerta
en la verma de cada calle,
mírame detrás de las claraboyas,
entre la gente,
en cada silueta que indolente se desplaza,
búscame interminablemente
entre toda la maraña de voces y semblantes
encuéntrame sentado a tu mesa
dispuesto en tu cama
envuelto en tus mantas

Nunca olvides que me amas
nunca reniegues de mi nombre y mi estatura
no borres ni ojos ni besos, ni labios ni espalda

Mira que no puedes olvidarte
de que tienes que recordarme para siempre.

martes, agosto 30, 2005

MONEDAS EN PUDRIDERO

¿Qué hago con esta rabia roja que me arrodilla ante los hinojos de mi vida? ¿Dónde renuncio a las heridas y a la historia si el dolor sigue siendo el mismo? ¿por qué en medio de la inopia suele levantarse un alcázar de monedas en pudridero? Si todos los caminos tienen de largo lo que de barro tienen las veredas, porqué, ¿por qué uno no puede esperar de la muerte lo que nunca recibió en un beso?

martes, agosto 23, 2005

Tiempo de Mieses

Entre escombros de terciopelo germinan tus manos
Élitros claros de ramales inexistentes
que te izan por sobre tu canto a silbidos
Y entre piras doloridas florecen tus sienes
Rielar de brasas muelles que traen hasta mi.
Entre vástagos sensibles se cuela todo tu resto
Cuerpo frutoso de verano
Que me canta desde el aire
Que me plasma en edades jóvenes
Sencillando la ligadura adusta
Que me transa y me trastroca
Amistando mi vendimia y mi cosecha
Surcos prolíferos que semillan
Todo el sino que me toca
Pues de hortelano en mi labrantía
Germinarán tus manos y florecerán tus sienes
Más el manojo de todo tu resto en este tiempo de mieses.

poema escrito en 1997

A una mujer paraguaya

Has repartido el corazón
y deshojado todas las largas enredaderas que hubo mientras caminaste,
has suplantado el miedo
y en un beso própero has sabido desear el olvido.
Vas encaminada hacia la fruta,
ya vienes de la imparable cosecha de la verdura.
Tus manos están solas, tu alma está en algún lugar, por ahí,
paseándose entre los corredores yaré asolados,
dando vueltas con el viento,
estibando los aguaceros solemnes que sólo caen sobre esa tierra roja.

Aún te pertenecen los atardeceres verdes,
aún provienes de las mieses
aún sigues mirando cuando besas,
por eso siempre serás una mujer paraguaya
porque en ninguna otra parte del mundo la muerte se confunde tanto con la tierra.

NOSOTROS, LOS DESCUIDOS DE LA MASACRE.

Desideratum

Mirábamos hacia la altura de las sombras
como aquel cuervo se enseñoreaba con los jirones,
de pronto,
como cuando la muerte
te muerde los pies huyendo boca arriba,
cayó entre nosotros un gran abrazo maldito,
como una mordida de galgo enfurecido
de un odio profundamente bello que nos fracturó la vida y el coxix,
dominó nuestras rodillas y se hizo un collar con nuestras muelas.


Parió doce hijos tiernos,
hijos de perra,
que aún viven entre nosotros,
pero los que sobraron,
los descuidos de la masacre;
nosotros,
con nuestras manos,
te resarciremos la pena,
te devolveremos la muerte.



En contra de Augusto Pinochet, por tanto, a favor de la vida.
J3M 2000

A Colombia

La caña deshojada sobre un cementerio de abejas y coleopteros enmudecidos,
una larga hilera de noches derrumbadas a la sombra de los días enclaustrados...

Hubo una pista,
una bala tierna y parturienta de una muerte desgraciada,
el infanticidio de la selva hubo que aceptarlo como una herida
y no tuvimos más hombres para cortar como tallos ni más mujeres para sembrar como piedras indelebles del camino...


¿Puedo, por favor, llorar de rabia y por olvido?,
¿puedo entonces, si mi país se apaga como crepúsculo,
desear otro otoño aún en medio de esta intensa primavera de crespones y medias astas...?

¡Ah desconsuelo!, ¡cuanta patria, cuanto suelo divido!,
si los niños se apilan en las fuentes clandestinas con sus ojos vaciados
y las esteras sobre el suelo mecen a los muertos olvidados,
¿qué sentido tienen los senderos?,
¿que importancia tiene un día?.

A UNA MUJER PERUANA

Si irrumpo en la explanda de tu día trémulo,

¿cómo repartirás tu campiña con un desconocido?

¿cómo protegerás las canciones estivales?



Si de pronto como una estocada,

vivo cerca de tu rio

¿cómo cubrirás los caminos?

¿cómo impedirás que yo pasee por entre tus hortalizas?



Si luego de todo me ves llorando,

¿cómo podrías depositar la lástima sin provocar un ruido de amapolas que se mueren?

miércoles, junio 29, 2005

La angustia de los que ya están muertos

De mi,
la oscuridad extremada a llanto y canto acogotados,
acumulados en manadas pestilentes y urinarias.
En mi,
dos escorpiones inminentes,
la encomienda de pendones sanguinolentos
y la torva encorvadura de los muertos en destierro

Por mi, desgarrado y perdido,
como quien ha perdido la corona espinosa de los resurrectos,
así enfurecido, aterido, traspasado por los restos,
no quiero, no creo, no veo a Dios entre los nuestros.

¡Ay!, un cuervo sobrevuela mi cabellera,
esta loco, extraviado y enajenado como mi suerte,
estoy asustado, perdido partido en dos,
no tengo cuerpo, no tengo huesos,
sólo tengo angustia.

La angustia de los que ya están muertos.

Guitarras en el suelo

Azul, negro azulino,
ese era su pelo,
largo como su sonrisa encaramada,
y sus ojos ensombrecidos en la hora en que atardece,
siempre me miraban con la soledad del que elabora los besos,
su voz como una rémora languidecía entre sus dientes,
y nunca fue conmigo displicente, tan sólo desierta...

Recuerdo que le canté,
de guitarras en el suelo, así arrodillado
pací casi dormido sobre unas notas amargas y hermosas,
volaba hacia ella como lo haría cualquier verso,
me iluminaba de canciones para obtener la granjería de su estrella,
y sin embargo, en medio de la nada, abracé su partida.

No llegué a tiempo hasta ella,
no descargué mis pensamientos sobre sus caderas,
me perdí en esta bocanada, bufada caliente de palabras
que no adornan la salvia salpicada de los besos.

Cuando atardece

Cuando atardece
me preparo para caer
deshojado y macilento
hasta el suelo caudaloso
de la tierra que oscurece

Voy llorando inconsolable
muerto al fin de la hojarasca
seca y cruda del invierno
que adormece los cimientos
del otoño y su floresta.

Llego hasta el limo,
al barro coloquial de los batracios,
al suelo residual de los cipreses,
a la carne muerta de las mieses.

Cuando atardece
siento al fin que estoy ya muerto
sepultado por la espera
sigilosa de las velas.

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