martes, agosto 23, 2005

A una mujer paraguaya

Has repartido el corazón
y deshojado todas las largas enredaderas que hubo mientras caminaste,
has suplantado el miedo
y en un beso própero has sabido desear el olvido.
Vas encaminada hacia la fruta,
ya vienes de la imparable cosecha de la verdura.
Tus manos están solas, tu alma está en algún lugar, por ahí,
paseándose entre los corredores yaré asolados,
dando vueltas con el viento,
estibando los aguaceros solemnes que sólo caen sobre esa tierra roja.

Aún te pertenecen los atardeceres verdes,
aún provienes de las mieses
aún sigues mirando cuando besas,
por eso siempre serás una mujer paraguaya
porque en ninguna otra parte del mundo la muerte se confunde tanto con la tierra.

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