Sentados sobre los anillos de la palabra,
de rodillas ante los zarcillos del poder,
dos hombres negros,
como cisnes deformes,
vestidos de cuervo,
hablan con voz propia
y con sus propias manos
abren la encrucijada de la suerte,
frente a los ojos de todos los rostros
de nuestra profunda y querida miseria.
Divinos como hormigas,
benditos como piedras,
los sicarios de la omnipresencia,
en nuestro camposanto,
son vicarios de la mierda.