miércoles, junio 29, 2005

Guitarras en el suelo

Azul, negro azulino,
ese era su pelo,
largo como su sonrisa encaramada,
y sus ojos ensombrecidos en la hora en que atardece,
siempre me miraban con la soledad del que elabora los besos,
su voz como una rémora languidecía entre sus dientes,
y nunca fue conmigo displicente, tan sólo desierta...

Recuerdo que le canté,
de guitarras en el suelo, así arrodillado
pací casi dormido sobre unas notas amargas y hermosas,
volaba hacia ella como lo haría cualquier verso,
me iluminaba de canciones para obtener la granjería de su estrella,
y sin embargo, en medio de la nada, abracé su partida.

No llegué a tiempo hasta ella,
no descargué mis pensamientos sobre sus caderas,
me perdí en esta bocanada, bufada caliente de palabras
que no adornan la salvia salpicada de los besos.

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